Exilio Chileno
   

 

 

Exilio chileno, cultura y solidaridad internacional

Literatura chilena del exilio. Rastros de una obra dispersa

María Teresa Cárdenas *

Obligados a permanecer fuera de Chile, muchos escritores volcaron en sus textos la paradoja de sentirse encerrados en el mundo. Y si al principio recurrieron al testimonio de denuncia, muy luego remontaron el vuelo a través de poemas, novelas y cuentos.

Si Morir en Berlín (Planeta, 1993) ha sido considerada la gran novela acerca del exilio, es en Escrito con L (Alfaguara, 2001) donde se encuentra el verdadero testamento del escritor desterrado que fue Carlos Cerda. (Testamento aun más dramático por las circunstancias de su publicación, días antes de la muerte del autor). Siete relatos sobre y desde el desarraigo, reunidos bajo el doloroso recuerdo de la letra L timbrada en el pasaporte, cuyo incierto significado no hacía menos categórica la prohibición de ingresar al país. Tomado del poema homónimo de Gonzalo Rojas, el título fue también su homenaje a "un poeta que admiro enormemente, y de quien tuve la fortuna de hacerme amigo en el mismo exilio en la RDA", señaló el autor en 2000.

Así como ellos, una cantidad aún indeterminada de poetas, narradores y dramaturgos - sin distinción de edades, corriente literaria ni generación- vivió entre 1973 y 1990 la experiencia del destierro. Y si todavía no hay cifras oficiales respecto de las personas que sufrieron esta pena -ACNUR habló en algún momento de 500 mil- menos voluntad ha habido hasta ahora de contabilizar a los escritores.

Por sus obras los conoceréis

Las iniciativas en este sentido son pocas. Una de ellas es la investigación realizada por Estela Aguirre, Carmen Correa y Sonia Chamorro a fines de los ochenta y que dio origen, en 1993, al documento Acerca del exilio chileno y la cultura y a una lista con mil 68 entradas de libros - de literatura, científicos, políticos y técnicos- publicados en 37 países. En la presentación, sin embargo, aclaran: "No ha sido tarea fácil rastrear en fuentes de distintos orígenes las huellas dejadas por los chilenos dispersos por el mundo y presentarlas en forma de bibliografía. El no disponer en muchas ocasiones de las obras mismas, hace que ésta sea una muestra todavía inacabada, y un paso para sistematizar exhaustiva y cronológicamente lo que fue ese gran paréntesis creador de nuestra cultura". (Para continuar con su tarea, las autoras de la bibliografía han postulado dos veces al Fondart. No han tenido éxito).

En Poesía chilena (Cesoc, 1990) la académica Soledad Bianchi -quien desde su exilio estableció vínculos entre los poetas de afuera y "del interior"- había previsto esta realidad: "sería muy difícil poder entregar un panorama completo de los escritores, grupos y ediciones chilenas por la extensión del Chile disperso". De acuerdo a sus propias investigaciones, libros, folletos, cuadernos, diarios, revistas y hojas surgieron en los lugares más diversos, "desde Rumania hasta Canadá pasando por Estados Unidos, Perú, México o España y recorriendo Inglaterra, Alemania, Francia o Italia hasta llegar a Chipre donde, en edición griego-española, apareció Estatuto del amor, de Pedro Vicuña, en 1980".

Otro paso en este sentido lo dio en 1994 el Ministerio de Relaciones Exteriores al entregar a la Biblioteca Nacional alrededor de mil 700 obras impresas -libros y revistas- producidas entre 1973 y 1990 por los chilenos exiliados en Francia. Fruto de la iniciativa personal de Gonzalo Figueroa, entonces embajador ante la Unesco, al parecer la tarea no ha sido imitada por otros funcionarios internacionales.

Más rastros de este patrimonio disperso en el mundo pueden encontrarse en Penúltimo informe. Memoria de un exilio (Sudamericana, 2003), en el que Carlos Orellana da cuenta de la enorme actividad de los creadores instalados principalmente en España y Francia, donde él mismo vivió su destierro, y de los casos que le tocó conocer gracias a sus desplazamientos hacia otros países. Entonces militante del Partido Comunista, asumió en 1977 la misión de fundar una revista cultural del exilio. Con los años, "Araucaria" se convertiría en uno de los más sólidos referentes de la diáspora intelectual.

Su génesis, por otra parte, revela las extrañas circunstancias en que a veces debían llevarse adelante los planes de los exiliados: quien sería su director, Volodia Teitelboim, se encontraba en Moscú; Carlos Orellana, secretario de redacción, en Francia. Y la reunión constitutiva se realizó... en Roma. Doce años de trabajo ininterrumpido, primero con sede en París y luego en Madrid, dieron como resultado cuarenta y ocho números de esta "Araucaria de Chile" que acogió en sus páginas las más diversas expresiones culturales.

"Literatura Chilena del Exilio", en cambio, dejó en claro desde su nombre cuál sería su materia de interés. Fundada y dirigida - en un primer tiempo- por Fernando Alegría y David Valjalo, vio la luz en 1977 en Los Ángeles, California, cubriendo así otro importante sector del destierro. Poeta y editor, Valjalo cuenta los orígenes de esta tarea en la que se unió a un narrador: "Fernando Alegría quería que hiciéramos la revista en mi imprenta, pero como era muy chica le dije que si estaba loco, que sería un trabajo de quince días de prensa. Entonces se fue a México y a Europa a pedir plata a los partidos políticos y le dijeron que no. En vista de que la política no financiaba la cultura, me dio rabia y me decidí a imprimirla yo".

Lo que sí recibieron fue el respaldo de destacados escritores extranjeros quienes, presididos por García Márquez, participaron en el comité internacional. A partir del cuarto año la revista cambió su nombre por el de "Literatura chilena. Creación y crítica", la dirección pasó a ser colegiada - Guillermo Araya, Armando Cassígoli y el propio Valjalo- y se buscó sobre todo el apoyo de personalidades chilenas de distintas disciplinas, quienes se reunieron en un "comité de solidaridad" encabezado por Claudio Arrau.

Los cincuenta números publicados hasta 1989 - ocho más se editaron desde 1990 en el país- dieron cuenta de una enorme producción poética, ensayística, narrativa y testimonial, incluyendo a autores que permanecían en Chile y que tenían sobre ellos el peso de la censura, como Francisco Coloane a quien, por su seguridad, le llamaron Juan Rojas A. Otros autores fueron protegidos de la misma manera, por lo que al cabo de un tiempo varias páginas aparecieron firmadas por misteriosos Juan Rojas, quienes se diferenciaban sólo por la inicial de su segundo apellido.

Cuando en 1985 la revista se trasladó a Madrid se produjo una de las tantas curiosidades del exilio: en la misma calle Albarán, en el casco antiguo de la capital española tenían su sede "Araucaria" y "Literatura chilena...".

Algunas huellas

El exilio reunió en la radio Moscú a tres escritores con armas en el periodismo. Desde el mismo 11 de septiembre, Volodia Teitelboim comenzó a difundir sus mensajes en el programa "Escucha Chile", dedicándose casi por completo al periodismo de denuncia y a la actividad política. Aun así desarrolló un extenso trabajo literario en "Araucaria" - escribiendo a veces con seudónimo- y publicó algunos libros: La guerra interna (Ed. Joaquín Mortiz, México), Neruda (Ed. Michay, Madrid, 1984) y En el país prohibido (Ed. Plaza y Janés, Barcelona, 1988). Mucho menos productiva en términos de creación resultó esta etapa para José Miguel Varas. Concentrado en el trabajo periodístico, sus dotes literarias se volcaron más bien en numerosos artículos para "Araucaria". No fue sino hasta su retorno que empezó a recuperar, sin apuro, el lugar que le corresponde en nuestra la literatura. Más conocido como periodista en los años previos al golpe militar, Eduardo Labarca se mantuvo sólo algunas temporadas en el equipo chileno de Radio Moscú. Después vivió en París y por último se radicó - hasta hoy- en Viena. Publicó algunos relatos en el exilio, pero su primer volumen en este género apareció el año 90 en Chile. En España, en tanto, se publicó su novela Butamalón.

Otros autores también cambiaron su lugar de destierro. En principio, el poeta Omar Lara vivió en Lima. Luego se trasladó a Rumania, donde protagonizó una situación absurda y casi surrealista, según cuenta Carlos Orellana en su Memoria de un exilio: después de preparar una antología poética de denuncia, Lara presentó el volumen a las autoridades locales para su publicación. Éstas le respondieron que, para aprobar la edición de la obra, necesitaban "el visto bueno previo... ¡de la embajada chilena en Bucarest!". Las relaciones diplomáticas entre estos países aún no habían sido suspendidas, lo que demuestra "la ambigua política rumana en relación con el gobierno de Pinochet".

Finalmente, el poeta se estableció en Madrid y desarrolló una amplia labor cultural: en 1981 refunda la revista "Trilce" - que había nacido en los años sesenta en Valdivia- , crea las Ediciones LAR (Literatura Americana Reunida) y participa en la organización de importantes Encuentros de Poesía Chilena, en París, Rotterdam, Madrid, Barcelona...

Poeta, como Lara, pero también guionista y narrador, Alfonso Alcalde se instaló primero en Argentina; luego emigró a Holanda, y más tarde se refugió en Rumania. Sin embargo, "las bondades" del régimen socialista lo impulsaron a buscar rápidamente un lugar más adecuado a su espíritu y fue así como decidió viajar a Israel con su mujer y sus ocho hijos. Tampoco se acomodó a ese sistema, por lo que emigró con su familia a España, donde - recuerda Carlos Orellana- "tocaron fondo en términos de privaciones". Su retorno a Chile se produjo en 1983; nueve años después, enfermo y casi ciego, puso fin a sus días en la más absoluta pobreza.

Un golpe de lejos

El 11 de septiembre de 1973 sorprendió a varios escritores fuera de Chile, algunos simplemente estaban de viaje y otros se habían radicado por distintas circunstancias en el exterior. En definitiva, la mayoría de ellos no quiso o no pudo volver. Como Fernando Alegría, quien había salido a fines de los años treinta y ya tenía su vida personal y profesional realizada en California, aunque con frecuencia visitaba su país. Académico de sólido prestigio en las universidades de Columbia, Stanford y Berkeley, publicó dos novelas inspiradas en los acontecimientos desencadenados por el golpe militar: El paso de los gansos (1975) y Coral de guerra (1979). El mal de Alzheimer que lo afecta desde hace algunos años ha terminado por aislarlo definitivamente de Chile, la tierra en la que sin embargo mantuvo puesto su corazón.

En España, donde se instala en 1965, Jorge Díaz asume la causa de los desterrados y oprimidos a través de la dramaturgia, escribiendo piezas teatrales como Toda esta larga noche (1976) y Ligeros de equipaje (1982). Más de treinta años fuera de Chile le significarán, a su vuelta, ser reconocido casi exclusivamente como el autor de El cepillo de dientes (1961).

Menos tiempo llevaban afuera los poetas Humberto Díaz Casanueva y Armando Uribe y el narrador Luis Enrique Délano, quienes, al momento del golpe militar se desempeñaban como embajadores ante las Naciones Unidas, China y Suecia, respectivamente. Como es de suponer, los tres renunciaron de inmediato a sus cargos. Pero a quien definitivamente la noticia lo sorprendió viajando fue a Guillermo Atías, por entonces presidente de la Sociedad de Escritores de Chile y como tal invitado a la Unión Soviética a un ciclo de homenajes a Pushkin.

A la hora de asumir el destierro, Luis Enrique Délano y su hijo, Poli Délano, hicieron lo posible por irse a México, donde habían vivido en los años cuarenta. Curiosamente, durante aquella primera temporada conocieron de cerca la experiencia del exilio a través de escritores republicanos españoles como Manuel Altolaguirre y León Felipe, con quienes Luis Enrique Délano y Pablo Neruda habían hecho amistad. En esta segunda etapa, el padre publicó varios libros, entre ellos, la novela Las veladas del exilio (1984) y dirigió la revista de la Casa de Chile, entidad aglutinadora de los asilados. Por su parte, Poli Délano realizó una incesante labor, publicando con éxito libros propios y estableciendo sólidos vínculos con los escritores de ese país. De esos años son El dedo en la llaga (1974), Sin morir del todo (1975) y Dos lagartos en una botella (1976). Su retorno se produjo en 1984, un año después de que la L empezara a ser suprimida del pasaporte de los exiliados.

También estuvo en México Germán Marín, quien trabajó junto a Arnaldo Orfila Reynal en la Editorial Siglo XXI. Tiempo después se trasladó a España, y en Barcelona ingresó a la Editorial Labor.

Et maintenant...

Sin desconocer la dolorosa situación que los condujo hacia esa ciudad, las estrecheces económicas que sufrieron y las diferencias culturales e idiomáticas que debieron salvar, no hay duda de que París fue uno de los destinos privilegiados del exilio intelectual chileno. Centro cultural por antonomasia, acogió en sus facultades universitarias al poeta Armando Uribe y a la narradora Ana Vásquez.

En principio, ambos se dedicaron a sus respectivas disciplinas, el derecho y la psicología. El mismo Uribe ha dicho que no estaba el tiempo para "versitos" y quizás por eso publicó dos obras de muy distinta índole, ambas en francés: La intervención norteamericana en Chile (1974) y la novela autobiográfica Caballeros de Chile (1978), que ahora será publicada por Lom en castellano.

Por su parte, Ana Vásquez dio a conocer en 1977 su primera novela, Los búfalos, los jerarcas y la huesera, donde describe el ambiente de una embajada repleta de asilados que esperan salir del país. Luego vendrían Abel Rodríguez y sus hermanos (1981), Sebastos Angels (1985), en coautoría con uno de sus siete hijos, Cacho Vásquez, y Mi amiga Chantal, publicada en 1991 cuando ya había concluido el exilio, aunque ella aún no se decide a volver.

Para Guillermo Atías, en cambio, el esperado retorno nunca llegó. Murió en París en 1979, un año después de que los franceses le editaran su novela Le sang dans la rue, cuyo título era La contracorriente. Este año, el Consejo Nacional del Libro rechazó el proyecto que pretendía publicarla en Chile en su versión original en español, aún inédita.

Exiliados voluntarios

"Creo que no tiene sentido hacer diferencias entre quienes salieron en forma compulsiva y quienes lo hicieron de manera voluntaria -señala Carlos Orellana-. Unos y otros son igualmente exiliados, ya que sus motivaciones políticas son las mismas. Desde este punto de vista, es homologable la situación de Carlos Cerda, por ejemplo, que salió del país tras haber estado asilado en una embajada, con la de Isabel Allende, que tomó sin más su pasaje para Venezuela, porque la estancia en el país se le hizo espiritualmente imposible".

Con L o sin L en el pasaporte, lo cierto es que una buena cantidad de escritores asumió el exilio como método de sobrevivencia física, económica o mental. Fue el caso de Isabel Allende, una de las presencias "más visibles" de la literatura chilena del exilio. Empezando por La casa de los espíritus, varias de sus obras hunden sus raíces en la experiencia del golpe y el destierro. Después de vivir en Venezuela, Isabel Allende se ha instalado definitivamente en California, Estados Unidos.

Un buen contingente de chilenos había llegado antes que ella a ese país, destacándose en este grupo numerosos críticos, ensayistas y académicos, quienes fueron acogidos en las cátedras universitarias. Grínor Rojo y Bernardo Subercaseaux se encuentran de regreso en Chile, mientras que otros como Jaime Concha, Juan Armando Epple, Pedro Bravo Elizondo y José Promis continúan desarrollando su labor allá. Pero las universidades también acogieron a poetas: con la amenaza de que sería detenido por segunda vez, Oscar Hahn viajó en 1974. Tras obtener un doctorado en la Universidad de Maryland, en 1977 fue contratado por la Universidad de Iowa, donde se desempeña hasta hoy.

A ambos lados del Muro

Ya en 1995, Carlos Cerda llamaba la atención sobre la literatura del exilio: "En Alemania vivieron, escribieron y publicaron una decena de autores: Antonio Skarmeta, Roberto Ampuero, José Rodríguez Elizondo, Antonio Avaria, Constanza Lira, Salvattori Coppola. Siguen allá Omar Saavedra, Hernán Valdés, Luis Sepúlveda....".

El caso más emblemático es el de Hernán Valdés, autor de Tejas Verdes. Diario de un campo de concentración en Chile, un desgarrador testimonio escrito "al calor de la memoria", pero con notable calidad literaria. El libro fue publicado en 1974 en Barcelona, donde fue "arrebatado por el público" y rápidamente se tradujo en la mayoría de los países europeos. Radicado más tarde en Alemania, Valdés dio a conocer en México un segundo libro, titulado A partir del fin (1981).

"Habría que hacer, a lo menos, el registro de lo publicado en tantos lugares del mundo - concluía Carlos Cerda- . Pero aun cuando ese registro no pueda realizarse todavía, la presencia viva del fenómeno está en cada cosa que publicamos aquí. Eso se va a poder observar con el tiempo, pero creo que nuestros relatos, nuestras novelas, están trayendo también lo que sembraron en nosotros allá. La literatura se ha enriquecido con lo que los escritores diseminados por el mundo hemos aprendido de él".


También dejaron sus huellas...

Rafael Baraona / Efraín Barquero / Luis Bocaz / Jorge Calvo / Jorge Cancino / Armando Cassígoli / Miguel Castillo Didier / Oscar Castro / Ariel Dorfman / Carlos Droguett / Eduardo Embry / Eugenia Echeverría / Víctor Farías / Jaime Giordano / Alfonso González Dagnino / Hernán Lavín Cerda / Ramón Layera / Juan Loveluck / Hernán Loyola / Sergio Macías / Patricio Manns / Mahfud Massis / Eugenio Matus / Hernán Miranda / Manuel Miranda Sallorenzo / Luis Mizon / Julio Moncada / Bruno Montané / Jorge Montealegre / Nelson Osorio / Carlos Ossa / Héctor Pinochet / Ana Pizarro / Franklin Quevedo / Rodrigo Quijada / Fernando Quilodrán / Mauricio Redolés / Osvaldo Gitano Rodríguez / Waldo Rojas / Miguel Rojas Mix / Carlos Santander / Gonzalo Santelices / Federico Schopf / Jorge Soza Egaña / Radomiro Spotorno / Jaime Valdivieso / Cecilia Vicuña / Virginia Vidal / Sergio Villegas / Francisco Viñuela / Mauricio Wacquez...


Editoriales del exilio

Contra el olvido

Junto a la multiplicidad de revistas literarias que circularon en el exilio -"Canto Libre" y "El barco de papel", en París; "Palimpsesto" en Roma; "América Joven", en Amsterdam; "Aquí y ahora", en Suecia, entre muchas otras- surgió la necesidad de fundar pequeñas editoriales que aseguraran una vida más larga a los trabajos de narradores y poetas. Así, por ejemplo, al alero de la revista "Araucaria" se creó Ediciones Michay, donde se publicaron libros como Neruda, de Volodia Teitelboim; Dawson, de Sergio Vuskovic, y Actas del Alto Bío Bío, de Patricio Manns.

En un texto de 1982 incluido en Poesía chilena, Soledad Bianchi rescata la labor de las Ediciones Cordillera, creada en Ottawa, Canadá, por escritores y docentes chilenos: "después de Las malas juntas, primer libro de cuentos del excelente narrador Leandro Urbina, ha editado tres poemarios: Teoría del circo pobre de Hernán Castellano Girón, El evasionista (...) de Jorge Etcheverry, y País rigurosamente vigilado, de Nain Nómez. También en Canadá, "donde hay un fuerte conglomerado de chilenos", las Ediciones Agüita Fresca publicaron el conjunto de poemas de Manuel Jofré, Historia Natural. En una editorial de Quebec, en tanto, apareció La ciudad, de Gonzalo Millán. En Madrid funcionó el sello LAR, creado por Omar Lara, y en México, la Casa de Chile. Uno de los más curiosos, sin embargo, fue Ediciones Grillo M, en París, que publicaba sólo libros de poesía, impresos en forma artesanal por Gustavo Mujica, también poeta y apodado "el Grillo".



* María Teresa Cárdenas, El Mercurio. 23/8/2003. Revista de Libros (Reproducción autorizada por El Mercurio)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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