Exilio Chileno
   

 

 

Aspectos psicológicos del destierro

Narrativas del exilio chileno

Loreto Rebolledo y Ana Elena Acuña

El 11 de septiembre de 1973 es una fecha simbólica en el Chile actual, marca un antes y un después en la vida nacional. Es un hito que convoca memorias encontradas, para unos la interrupción violenta de una esperanza de cambio seguido por una derrota traumática expresada en persecución, detención, tortura, desaparición y exilio, para otros el 11 de septiembre es la fecha del triunfo sobre el "comunismo" y el reposicionamiento de los valores y principio patrios.

Este contradictorio modo de recordar y la imposibilidad de conciliar visiones tan antagónicas han hecho que en Chile se haya querido imponer la política del olvido. Pero las luchas por la memoria continúan. "Las razones de Estado juegan con la inocencia de los hombres comunes. Manipulan los espantapájaros del miedo para que la memoria triture los recuerdos. Para que los hombres comunes sientan hastío ante el recuerdo que amenaza romper la paz cotidiana. Pero esos recuerdos bloqueados seguirán bajo la superficie realizando su daño sordo. Las heridas están localizadas en el inconsciente del Chile actual"escribía Moulian en 1997, antes que la detención de Pinochet en Londres reposicionara en la conciencia nacional el tema de las violaciones a los derechos humanos iniciadas en 1973 y diera nuevos bríos a los movimientos sociales que demandan justicia, permitiendo así ganar una batalla de la memoria contra el olvido.

Sin embargo, la negación del pasado -la política del olvido- ha logrado bloquear temas importantes de la memoria colectiva, como es el caso del exilio. A partir de 1973 miles de chilenos/as salieron del país por razones políticas, algunos fueron expulsados por la dictadura, otros se asilaron en embajadas y muchos huyeron de la persecución saliendo por sus propios medios. El exilio chileno se caracteriza por su carácter de masivo con múltiples oleadas migratorias y con diversos países de acogida (Bolzman 1993). El exilio chileno fue también un fenómeno pluriclasista, que afectó a ministros de Estado, altos funcionarios públicos, intelectuales y profesionales, campesinos, empleados y obreros que en su salida de Chile fueron acompañados por sus grupos familiares. Por estas razones las experiencias, antes y después del exilio, fueron muy diversas dadas las diferencias educacionales, la ubicación en la estructura social (Kay 1987) y la pertenencia generacional y de género.

El exilio es un fenómeno difícil de cuantificar, se ha dicho que en algún momento los exiliados constituían un millón de chilenos. Según la información de la Vicaría de la Solidaridad entre 1973 y 1987 se concretaron más de 260 mil prohibiciones de ingreso al país.

El "retorno" también ha sido un proceso compuesto de múltiples oleadas migratorias, pero no se ha experimentado como masivo, dado que se ha tratado de una empresa familiar y personal la mayoría de las veces, lo que también impide cuantificarlo. En 1993 -a tres años de recuperada la democracia y bastante avanzado el proceso de retorno que se inicia a mediados de la década del 80- se estimaba que aún había 200 mil personas que habían salido de Chile por razones políticas y que permanecían fuera del país (Montupil 1993).

Esta ambigüedad de las cifras da cuenta de la dificultad de dimensionar y abordar el tema del exilio. La diversidad de modos en que se vivió éste, dado por las diferentes formas de salida, (algunas percibidas como más heroicas que otras), por las diferencias de edad, de género y de clase, a lo cual se agrega la multiplicidad de países de acogida, ubicados en diferentes continentes y con culturas distintas; hace que la memoria del exilio estalle en miles de fragmentos individuales obstaculizando integrarlo en un habla y una memoria colectiva.

Para las personas que vivieron el exilio y el retorno, estas experiencias representan un quiebre biográfico que marca a una o dos generaciones y -dada la cantidad de personas involucradas directa o indirectamente es una realidad de amplias resonancias- doblemente traumática por la negación social de sus repercusiones que obliga a vivirla individualmente y a recordarla en privado entre quienes compartieron vivencias similares.

Las reflexiones sobre el impacto social y cultural de situaciones que causan un gran estrés y traumas colectivos, como son los sistemas autoritarios y la represión política y social, son abordados actualmente desde un campo teórico llamado de "memoria colectiva" el cual permite dar una mirada más amplia que la propuesta por los estudios de los impactos psicológicos individuales de las violaciones a los derechos humanos.

El término "memoria colectiva" fue acuñado por M. Hlbwachs, quien la definió como la memoria de los miembros de un grupo, que reconstruyen su pasado a partir de sus intereses y marcos de referencia presentes (Halbwachs 1950 citado en Tocornal &Vergara 1998). La memoria es el mecanismo de registro, retención y depósito de informaciones, conocimientos y experiencias (Becerra de Meneses 1992) que moviliza capacidades de orden psíquico que permiten a los seres humanos actualizar impresiones o informaciones pasadas (Le Goff 1991).

La resignificación de la memoria, de la lucha por el recuerdo sobre el olvido se realiza a través de una selección donde se privilegian algunos aspectos sobre otros. Es un juego entre memorias colectivas entendidas como:

(...) sistema organizado de lembrancas cujo soporte säo grupos sociais espacil e temporalmente situados. Melhor que grupos, é preferivel falar de redes de interrelaciöes estructuradas, imbricadas em circuitos de comunicacäo. Essa memória asegura a coesäo e a soliedariedade do grupo e ganha releväncia nos momentos de crise e pressäo. Ñao é espontänea: para manter-se, precisa permanentemente ser reavivada. E, por isso, que é da orden da vivëncia, do mito e ñao busca coherencia, unificacäp. Varias memórias colectivas poden coexistir, relacionando-se de múltiplas formas (Becerra de Meneses 1992:15).

Esto implica el que la memoria social no es homogénea, existiendo varias interpretaciones de un acontecimiento que determinan de manera diferente el modo en el que éste repercute en la comunidad, es lo que Portelli (1196) ha denominado memoria dividida.

Pierre Nora (1993) ha propuesto una conceptualización operativa de la memoria colectiva: los lugares de memoria, nudos problemáticos que activan recuerdos, los agrupan y a su vez sirven de guía para la interpretación de las dinámicas que adquiere la memoria colectiva en un grupo o comunidad. Los lugares de memoria pertenecen a diferentes dominios: simples y ambiguos, naturales y artificiales, simples y abstractos. Al mismo tiempo son materiales simbólicos y funcionales en grados diversos. Los tres aspectos coexisten siempre. A simple vista un lugar de memoria gatilla los recuerdos, pero más profundamente ordena o mantiene procesos sociales, construye lo correcto y lo que no lo es, margina a unos e incluye a otros, busca el statu quo o busca desafiar el orden establecido.

Los lugares de memoria determinan un juego constante entre memoria e historia, donde ambos factores están sometidos a una determinación recíproca.

Los individuos que recuerdan, resignifican el pasado y transmiten a otras personas los nuevos o viejos significados. En este proceso están involucrados tanto hombres como mujeres, niños, jóvenes y adultos. Sin embargo, el exilio ha tendido a ser conceptualizado socialmente como una experiencia masculina, debido a que la mayoría de las personas con prohibición de ingreso eran hombres. Esto fue reforzado posteriormente por los medios de comunicación de masas, que cuando comienza al retorno destacaron a través de entrevistas la experiencia del exilio de los altos dirigentes políticos del gobierno de Allende. Estos discursos han tendido a hacerse hegemónicos, desdibujando y marginando la experiencia del exilio de las mujeres y niños, así como la de los hombres comunes, creando una "versión oficial" del exilio que lo minimiza al circunscribirlo a los dirigentes políticos.

Para superar las dificultades derivadas de las políticas del olvido, de las trabas estructurales y los discursos mediáticos, y reconstruir una memoria colectiva del exilio, es necesario rastrear por derroteros menos conocidos. Existe la necesidad de escapar de la censura, de la manipulación de la memoria para ello es necesario recurrir:

(... a los recuerdos familiares, a las historias locales, de clan, de familias, de aldeas, a los recuerdos personales, (...) a todo aquel vasto complejo de conocimientos no oficiales, no institucionalizados, que no se han cristalizado todavía en tradiciones formales (...) que representan de algún modo la conciencia colectiva de grupos enteros (familias, aldeas) o de individuos, (recuerdos y experiencias personales) contraponiéndose a un conocimiento privado y monopolizado por grupos precisos en defensa de intereses constituidos (Triulzi en Le Goff 1991:183).

Las hablas y recuerdos individuales, los textos testimoniales, autobiografías, novelas y poesía del exilio son las fuentes ideales para aprehender un fenómeno que parece escaparse constantemente en múltiples subjetividades y en el cual no existen otros testigos, que aquellos que lo vivieron.

El relato y la narración, sean orales o escritos, aparecen como un medio eficaz de hacer visible un cúmulo de experiencias que han permanecido silenciadas por su fragmentación temporal y espacial y por su minusvalía frente a experiencias mucho más traumáticas como son la muerte y la desaparición por motivos políticos.

Los reservorios donde es posible rastrear las experiencias del exilio son tanto los recuerdos individuales, que tienden a permanecer resguardados en pequeños círculos familiares o entre grupos que compartieron su exilio en los mismos tiempos y lugares, como a través de la literatura, donde escritos diversos, redactados por quienes vivieron exiliados dan cuenta de esas experiencias que son significativas para sus autores.

El recuerdo personal, cargado de sentido para quien lo conserva, pese a su carga de subjetividad y a la reinterpretación de que es objeto desde el presente del sujeto que lo habla, constituye una fuente oral fundamental, pues pese a que se basa en experiencias propias de quien lo porta, experiencias que muchas veces sólo se traspasan de manera informal y abreviada como anécdotas privadas de familia o de grupos afines es parte de un contexto mayor (cfr. Prins, en Burke 1993). Es necesario tener en consideración que la memoria colectiva se vale de las memorias individuales.

La narrativa del exilio tiene un componente testimonial importante, ya se trate de novelas, cuentos, crónicas o relatos autobiográficos. "Escribir es una manera de tocar la verdad. Es la escritura la que consolida todo, la que puede expresarte, la que puede construir. Es la escritura en donde germina la verdad. Tu verdad que no es sino esta historia, esta historia fragmentaria, memoria desgajada, retazos, hilos que intentan reencontrarse. Darle forma, escribirla y en el acto del discurso llegar a entenderla. Hilvanarla, consolidar nebulosas, razonar intuiciones, articular la historia despedazada. Esta historia es tu verdad, la que construyes, la que te construye, la que puedes ir descubriendo en la plasmación de la palabra. La que en este acto te va humanizando, integrando a la realidad despedazada de la memoria", escribe Ana Pizarro (1994:174) en su novela autobiográfica donde cuenta se experiencia de exiliada en Francia y Venezuela.

Tanto la narración oral como la escrita condensan los intentos de los exiliados de reconstruir su historia, de volver a unir las partes en una totalidad que se ha desintegrado en diferentes tiempos, lugares y experiencias. Es de destacar el hecho que la literatura sobre el exilio es escrita en parte importante en el exilio, es decir en un país que no es Chile. La literatura escrita por mujeres es más testimonial, más intimista que la masculina. Las mujeres no se niegan a la nostalgia ni a las emociones, escriben en primera persona utilizando como recurso narrativo preferencial la carta o el diario de vida, lo que permite dar rienda suelta a la subjetividad. Por su parte los escritos masculinos hechos en prosa, ya sea cuento o novela, mezclan la ficción con la realidad, y suelen estar escritos en tercera persona, de modo que es un tercero distante y no el autor el que cuenta sus percepciones y vivencias del exilio. La poesía, por sus características, es el espacio narrativo en que los hombres se permiten dar curso a sus emociones en primera persona.

La combinación de fuentes orales y escritas permite reconstituir una memoria colectiva del exilio, a partir de una polifonía de voces y recuerdos, donde más allá de las particularidades de las experiencias vividas por la diversidad de situaciones que caracterizaron el exilio chileno, es posible encontrar lugares de habla comunes, que pueden erigirse en discursos sociales capaces de solidificarse y objetivarse más allá de su propia subjetividad. Este desafío por su amplitud no se puede asumir en este artículo, sin embargo interesa indagar en algunos de los nudos que convocan la memoria del exilio, como diría Stern (2000) o en los lugares de memoria (de los que habla Nora 1993).

Con la maleta lista y soñando en chileno como lugares de memoria

En la medida que el exilio es un recurso de sobrevivencia, donde la persona no ha tenido la opción de elegir y ha debido irse de su país por el riesgo que corre su vida, o bien ha sido castigado con la expulsión o el extrañamiento, su proyecto de vida inmediato es el retorno a su patria.

El exiliado no se percibe a sí mismo como un emigrante, se ve como alguien cuya condena es vivir en lo ajeno, lejos de los suyos porque su proyecto político fue derrotado. Por tanto vive en la expectativa de que esta situación cambie en un lapso breve. Esto explica que el tiempo del exilio sea recordado como un tiempo de espera, un estar con la maleta lista para partir.

Una imagen recurrente entre los exiliados/as es que el tiempo del exilio fue un tiempo transitorio, un tiempo vivido entre paréntesis a la espera del regreso, la metáfora de la "maleta lista" da cuenta de esa transitoriedad, de ese estar a la expectativa del regreso.

"Llegamos al exilio con la idea de que al otro año nos vamos [dice Carmen Lazo, ex diputada, exiliada en Colombia], así es que vivimos arrendando, con un televisor en blanco y negro y nunca compramos nada, nada, porque nos veníamos. Como decía un amigo mío, vivíamos con la maleta debajo del catre" (Rodríguez 1990).

Se recuerda el exilio como un tiempo suspendido, una especie de no tiempo, vivido con la casi certeza de que la vida real estaba esperando en otra parte.

"El exilio siendo triste, no fue tan malo. Pero cuando tú piensas que vas a volver luego..., son 16 años de tu vida que te han robado, porque tú viviste una vida ajena, una vida prestada. Tuviste que vivir una vida que no era tu vida" (Rodríguez 1990).

La vivencia del exilio como un tiempo ajeno, prestado, se acentúa por la negación a adquirir bienes materiales que no fueran transportable, lo cual aumenta la sensación de precariedad de la vida.

La falta de un referente de lo que implicaba el exilio en la memoria colectiva nacional indudablemente contribuyó a que éste fuera vivida con "la maleta lista" para regresar, sin considerar que ese regreso, en la medida que dependía de otros, podía demorar muchos años y que el tiempo transcurrido entre la salida y el retorno era un tiempo real y había que vivirlo como tal.

"Recuerdo que el año nuevo de 1974 estábamos juntos varios chilenos exiliados en Buenos Aires, de pronto alguien levantó una copa y brindó porque el año siguiente estaríamos en Chile y un abogado de más edad que el resto, hijo de judíos emigrados nos "amargó" la noche diciendo que él durante toda su infancia y adolescencia escuchó a sus padres brindar porque el encuentro el año siguiente sería en Israel, terminó diciendo que no quería volver a vivirlo y darle eso a sus hijos" (Cristina, exiliada en Argentina y Ecuador).

Otra imagen recurrente entre los exiliados es el recordar el exilio como vivir constantemente entre dos mundos, entre dos tiempos. Soñar en chileno, alude a una vida escindida entre el acá y el allá.

En mi ventana de aquí y en mi ventana de allá
cuánta malquerencia, cuánta disputa de paisajes
(...)
Aquí y allá, qué vaivén de borracho por las calles,
qué molestia de comer sólo con las muelas de un lado
y mirar a las personas como si fueran recuerdos
qué compás para una guitarra sin ganas
aquí tirando a invierno, allá tirando a verano
y con la luz prendida desde las cuatro de la tarde

(Barquero, en Arteche 1984).

La identidad del exiliado queda tensionada entre dos referentes espacio-temporales allá-antes y acá-ahora que operan de manera simultánea. Para los niños/as niños/as y los/as jóvenes, la generación de los hijos, la escisión es entre la casa y la calle.

"En Holanda siempre escuché a mis papás que nos vendríamos a Chile el próximo año, en seis meses más...En Holanda yo viví como en dos mundos: en la casa el mundo y la cultura chilena, hablábamos español, y fuera de la casa el mundo holandés".

Soñar en chileno remite al desdoblarse del exiliado que lo hace vivir en el país de exilio y habitar en sueños en Chile.

En la solitaria mesa donde ceno
me doy cuenta –entre risas
y saludos en francés – que me han quitado los derechos de comer
el pan en castellano
y allí, inmerso entre gestos
y escondido tras la copa,
reconozco la herida
que soy en esta mesa.
Digo, ¡salud! y en el mantel
surgen los bosques
y en la cuchara que a mi boca sube
hay un volcán que humea suavemente
(J.M.Memet, en Arteche 1987).

Pero el Chile recordado no es el Chile real, es el país de la ensoñación, congelado en una memoria nostálgica, un lugar perdido temporalmente que se espera recuperar al regreso. "El retorno tiene el efecto de un vertiginoso salto en el tiempo. Para atenuar el dramatismo de esta travesía los exiliados no envejecen. O por lo menos es seguro que lo intenten: se creen obligados a permanecer inalterables, para que los reconozcan. Los exiliados nos conservamos en el tiempo como los muertos bajo la arena del desierto" escribe Mili Rodríguez (1990), exiliada en Ecuador.

Así como los exiliados piensan que para ser reconocidos al regreso, deben permanecer iguales a como eran cuando se fueron, esperan que el país al que se regresa, corresponda a la imagen que de él se ha construido en la memoria. Las consecuencias de este "soñar en chileno" es que el Chile real se pierde en la nebulosa de la nostalgia, el tiempo detenido en la memoria no puede integrar los cambios transcurridos durante el exilio que no fueron experimentados directamente.

Pero eso recién se comprueba cuando se retorna al país, donde el Chile real no logra ser asimilado dentro de la cartografía creada sobre el país mitificado, lo cual evidencia brutalmente que el tiempo de exilio no fue un tiempo petrificado en su circularidad. Para el resto de los chilenos fue un tiempo lineal.

"El país al que uno vuelve es muy distinto al que dejó y ese es el impacto más grande para quien regresa; se produce un período muy largo de readecuación que no es fácil, uno no entiende nada. Cambiaron las costumbres. Cambió el marco político. Cambió todo. Uno tiene que asimilar esos 17 años en un lapso muy breve de tiempo" (Juan Soto, exiliado en Bégica).

La noción del exilio como un largo entre paréntesis a la espera de su cierre, de un no-tiempo, es exacerbada por la percepción de que transcurre en un no-lugar, en palabras de Luis Sepúlveda "en el país de nadie", eufemismo para designar el exilio.

La falta de la cordillera impide al exiliado tener una ubicación espacial, el norte y el sur se pierden en las planicies, el oriente y el poniente se invierten al otro lado de los Andes o en otros continentes. Los modos diferentes de estructurar el espacio urbano contribuyen también a la sensación del exiliado de "estar perdido", sin referentes conocidos.

"Era terrible ubicar las calles, porque nosotros estamos acostumbrados a un estructura de ciudad de calles paralelas, verticales y horizontales. Allá todo es chueco, está hecho todo en la dirección del viento, y entonces tú partes de un lado y te pierdes, y no llegas a la otra esquina, lo lógico es que uno espera que después de una cuadra viene la otra" (mujer exiliada en Dinamarca).

La falta de estaciones o su inversión impide marcar el paso del tiempo y ordenar los acontecimientos en función de ellas, ya no habrá verano del año tanto en que me pasó tal cosa, o la primavera equis en que me pasó la otra. Las coordinadas conocidas tiempo-espacio se rompen sumergiendo al exiliado en una dimensión intemporal, lo que hace más difícil ubicar y situar las experiencias.

Segunda generación:
"El país de la taza de leche o el país en blanco y negro

La tensión entre el allá y el acá, entre el país de origen y el país de acogida de los exiliados adultos, ese vivir con la maleta lista y soñando en chileno ya que el retorno era el proyecto inmediato, llevó a los padres a transmitir a sus hijos una idea de Chile que permitiera que éstos lo sintieran como un lugar cercano y amado, un país al que quisieran irse cuando se acabara el exilio. Pero además era necesario explicar a los hijos las razones por las cuales estaban viviendo en países que no eran el propio y si bien algunos padres se ahorraron esas explicaciones, los noticiarios de televisión, les mostraban una imagen distinta del Chile que les contaban los padres. Esto llevó a que en la generación de los hijos existieran imágenes contradictorias del país de sus padres y eso se refleja al recoger sus recuerdos que oscilan entre el país mítico y el país real, deformado por las noticias de violaciones a los derechos humanos.

La transmisión de información sobre Chile se convierte en un lugar de memoria, en el entendido de que resultaba más o menos lógico que los padres y madres traspasaran a sus hijos información sobre el país donde al menos ellos habían nacido y crecido. Si lo miramos desde el unto de vista de la constitución de una identidad étnica suena del todo deseable. Se trata de la necesidad de entregar una imagen de Chile que permita a los/as jóvenes sentir nostalgia y deseo de ser chileno, en el entendido de que el proyecto vital que se privilegiaría a la hora de tomar decisiones sobre los desplazamientos y reubicaciones sería el de los adultos.

Para los que salieron del país siendo niños o que nacieron fuera de Chile, la información que recibieron de sus padres y de los otros exiliados constituye un lugar de memoria, que, por una parte opera en base a la dinámica de la construcción de un mito sobre Chile, y por otra sobre una versión hiperrealista de éste.

La expresión "Chile era una taza de leche" remite a un país tranquilo, donde en una familia podía sentarse en una mesa un nacional, un comunista y un demócrata cristiano y comer o convivir sin mayores altercados. Podemos entender éste como un lugar de memoria que en un primer momento fue funcional y cumplía un doble objetivo: para los adultos el recalcar que el Chile normal había sido roto, quebrado por el golpe militar, creando de alguna manera conciencia sobre la situación que se vivía; para los hijos el mostrar a Chile como un lugar amigable, donde hay cabida para todos/as. Los/as niño/as y jóvenes, a instancias de sus padres, asocian a Chile con ciertos sentimientos y maneras de ser que se estiman más positivas que la mayoría de los códigos culturales de los países de acogida (Jedlicki 1999).

"El país de la taza de leche" se constituye como lugar de memoria con el retorno, lo que podríamos entender como un aterrizaje en un país desconocido porque el relato traspasado generacionalmente servía a veces muy poco para entender lo que sucedía. Como lo señalara Juan Pablo Letelier en una entrevista realizada por Mili Rodríguez en 1990, la generación más joven vuelve a "un país donde no [tiene] amigos, no [tiene] no tienen historia, no [se encuentra] con sus compañeros de colegio o universidad" (Rodríguez 1990). En el mismo libro Rafael Gumucio señala que del entrecruce de información oral y visual que él recibía sobre Chile cuando niño, llegó a la idea de que Chile era un país en blanco y negro, que es otra manera de decir que el Chile de los relatos no era el Chile que él pudo apreciar ya que para él "Chile tenía mucha más color que Francia" (Rodríguez 1990:218).

El encuentro con Chile para los jóvenes está revestido de contradicciones, el deseo de conocer el país mítico, el de los abuelos y parientes, del cual le han hablado los padres y el país aterrador de los noticiarios de televisión.

"(Antes de venir a Chile) me moría de curiosidad por conocer el país. Siempre hablaban de Chile y las noticias mostraban a pura gente desangrándose, unas protestas increíbles, gente quemándose, degollados, en fin. Cuando mi mamá me dijo que volvíamos me imaginaba a un país en plena guerra, con gente bajo tierra, con una ciudad quemada, caída, con personas muriéndose de enfermedades...Una imagen como de las guerras mundiales (...) y fue un alivio haber llegado y ver que no era así, que era otro tipo de guerra. Me llamó la atención que hubiera pobreza en las calles, porque en Europa no existe. De hecho te pagan la cesantía, todos terminan el colegio. Acá entendí que existían los vagabundos, los quiltros y me llamó la atención que todo el paisaje era muy seco. A los pocos días se puso a llover y las calles se inundaron",

recuerda Sigrid Alegría, que regresó a los 11 años con su madre luego de vivir en Alemania y Holanda.

La pérdida del referente identitario, de la comunidad que sustenta la vida en el exilio y la constatación de que lo relatado es si no irreal, al menos abstracto, produce que el retorno sea de alguna manera el inicio de la experiencia del exilio de manera individual para las personas que salieron del país siendo niños, ya que con anterioridad, el exilio es una experiencia que como acontecimiento está más significada a través de la experiencia de los padres. Se trata, como lo ha señalado Poggio (1999) de vivir el exilio de los padres. La generación más joven siente que Chile es un país ajeno, "constatando de paso que ni las empanadas eran tan ricas, ni los tomates tan grandes, ni la gente tan amable ni hospitalaria como surgían del relato de los padres" (Castillo & Piper 1996:307).

El choque producido entre la información transmitida por los padres y la realidad experimentada por esta generación más joven a su regreso al país podríamos explicarlo en la diferencia de sentido con que la información fue entregada y el sentido con que fue recogida.

"Teníamos amigos, claro, había un barrio, en fin, una vida allá. Pero siempre estaba lo otro. El país lejano, la otra orilla. Como cuando eres enano y quisieras ir a la isla del tesoro o al país de nunca jamás. Crecí sabiendo que existía un allá, y quería saber, quería ver cómo era. Entonces me vine, me vine al país que contaban los viejos. Al país que habían logrado rescatar porfiadamente al olvido. Me vine y ese país no estaba, no existía...",

dice Lina, una hija de exiliados en Francia (Pinos 1993:105). La permanente presencia de lo uno y lo otro desacomoda, crea una identidad afincada en el desarraigo, el país no existe, ni el de acá ni el de allá, "siempre voy a tener que ser la extranjera en cualquier lugar del mundo y eso no es justo..." (testimonio recogido en Castillo & Piper 1996:307).

Los padres articulaban un relato que tenía más sentido dentro de estrategias de construcción de memoria colectiva, entendida como elemento esencial de identidad individual o colectiva; los/as hijos/as además la asumían como una información histórica. De este modo, la segunda generación no pudo darse cuenta de los procesos de mitificación que estaban operando en la elaboración de tales discursos. Una mitificación que surge de la propia niñez –la de los padres que narran- recogiendo elementos que después son extrapolados como características generales aplicables a los últimos tiempos vividos en Chile.

En los casos de migración forzada, la niñez suele ser un buen espacio simbólico para la búsqueda de lugares de memoria, sólo así también se entiende que la experiencia de quienes han ido y venido varias veces siempre se muevan en la búsqueda ya no del Chile de la niñez, sino del otro sitio de su propia infancia (Poggio 1990) porque, "uno planta en la infancia sus raíces en el suelo" como señala la actriz Adela Secall, al referirse a su retorno a Chile en los años 90’.

La construcción, la invención de un país es el problema para los jóvenes que regresan, o vienen, luego de ser desarraigados del país en que se criaron. Esto se exacerba al constatar un desajuste entre lo narrado y lo encontrado, lo que provoca que Chile se viva como el país de los padres y no como el propio. Chile es el país donde está la familia y ese debería ser un vínculo con suficiente fuerza como para permitir el encuentro de referentes útiles, sin embargo el desarraigo lleva a veces a que los jóvenes hagan cortes radicales con sus entornos sociales y familiares como un modo de rebelarse contra ese "exilio",

"(...) me quería ir, peleaba todos los días, me encerraba en la pieza (habitación) y vivía mi mundo, yo, mi pieza era mi país y punto" (testimonio recogido en Castillo & Piper 1996:165).

En otros casos se experimenta un choque, un quiebre al constatar que el "país en blanco y negro" también existía en la propia familia.

"Llegué a vivir aquí, llegué definitivo y fue atroz, mi abuela no me pesca, mis tías no me pescan, mira, yo tengo tías pinochetistas, fachos..." (testimonio recogido en Castillo & Piper 1996:183).

Otro elemento a considerar cuando se analiza la tensión en la transmisión de saberes sobre Chile es el papel que el "golpe" marca en la estructuración del tiempo, y los paradigmas sociales y los referentes espaciales que están involucrados en el mismo (Cfr. Portelli 1989 y 1990). Al abordar la dimensión temporal, consideramos que un hecho se inscribe en la memoria colectiva cuando transforma el tiempo en unidades discretas, esto puede suceder por descomposición horizontal marcando un antes y un después; o través de una fragmentación de tipo vertical que marca una contemporaneidad con el acontecimiento.

Así, para la primera generación "el golpe" es el acontecimiento que divide el tiempo y esto opera como una descomposición horizontal que señala, como ya hemos discutido, el fin del Chile de la niñez; y para la segunda generación el retorno es ese hecho puntual, pero esta vez se instala en el eje vertical del tiempo generando una "experiencia común" a todos los hijos de retornados: la extranjería.

Conclusiones: las dinámicas de la memoria

En síntesis, podemos constatar que las memorias sobre el exilio son múltiples, tantas como países que acogieron a los chilenos; que en las narrativas sobre el exilio hay diferencias de género y que los nudos que convocan la memoria dependen de la generación de la que se trate, sin embargo, es posible sintetizarlas en un par de imágenes.

Para los adultos el exilio es el tiempo de dar vueltas en círculo, es la espera del regreso. El exilio es un no-espacio, es un desplazarse constante y simultáneo entre el aquí y el allá. Estas memorias dan cuenta de identidades fracturadas, de biografías que muestran un quiebre que se comienza a soldar con el retorno a la comarca añorada. Sin embargo, queda como una marca, una señal que se agrega a la identidad de los sujetos, después del nombre, la profesión y el estado civil.

Para la generación de los hijos, los que nacieron o se criaron fuera, el exilio se inicia en el momento del retorno de sus padres con ellos. Se constituye en una aquí-ahora en el instante de la llegada a un país donde no tienen historia ni recuerdos; atrás queda el país de la infancia y la posibilidad de recuperarlo es mucha más difusa pues no es parte del proyecto de vida de los padres que se los trajeron. Considerando la edad de esos niños y adolescentes no es difícil constatar que será más dificultoso su proceso de construcción de identidad con estas memorias escindidas entre un allá (el país donde se criaron, su patria) que no parece factible recuperar hasta la adultez y un acá (el país de sus padres) que no da cabida a sus ambigüedades.

En los primeros años de vida en Chile, los/as jóvenes no tienen patria, ésta pasa a ser imaginaria...

"Toda mi vida está marcada por el exilio (...) y podría suponer que yo sería diferente a lo que soy, si nunca hubiera estado exiliada. Y a veces pregunto cómo sería yo... (Anita, testimonio recogido en Jedlicki 1999:61, la traducción es nuestra).

La marginación de las experiencias de exilio de los/as jóvenes entrelaza el tema de la memoria con la identidad. Al no haber un reconocimiento social de su experiencia y, debido a la edad, tampoco hay testimonios escritos de este hecho (no hay cuentos, novelas, ni poesía sobre el exilio escritos por la segunda generación en Chile), que constituye huellas materiales capaces de dar cuenta de que el fenómeno si existe. Cuando más se lo ha consignado como un problema psicológico, como trauma o desadaptación; lo que ocasiona una dificultad para construir referentes identitarios colectivos.

Notas / Referencias


 

 

 

 

 

 

 

 

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