Exilio Chileno
   

 

 

Aspectos psicológicos del destierro

Adolescencia y exilio

María Isabel Castillo V.*

"Crisis de identidad, angustia del desarraigo, fantasmas que acosan, que acusan: el exilio plantea dudas y problemas que no necesariamente conoce quien vive lejos por elección. El desterrado no puede volver al propio país o al país elegido como propio. Cuando uno es arrojado a tierras extranjeras, queda muy a la intemperie el alma y se pierdan los habituales marcos de referencia y amparo. La distancia crece cuando es inevitable".

El alma a la intemperie, como dice Galeano. A la intemperie, a la destemplanza de un tiempo que no se eligió: el tiempo del exilio. Un tiempo marcado por los relojes de la represión autoritaria que asfixia a los países del Cono Sur. Las dictaduras militares instauradas en el gobierno, tienen un proyecto en sus manos: defender el control de los grupos económicos y frustrar los intentes de oponerse a su dominio. Ante la creciente protesta popular, las clases dominantes no vacilaron en responder con la tortura, la desaparición de dirigentes y la muerte de los sectores movilizados, los que se convirtieron en la realidad cotidiana de países como Uruguay, Chile y Argentina, entre otros. Para salvar su vida, muchos se vieron obligados a tomar el camino del exilio. Un hecho sin precedentes en América Latina: miles de ciudadanos debieron abandonar sus países.

En tanto que fenómeno grupal, el exilio puede estudiarse tanto en sus causas como en sus consecuencias, desde una perspectiva social, histórica y política. Pero el trabajo que hoy nos ocupa, intentará plantear esta situación desde una óptica psicológica, que si bien está íntimamente ligada a lo social, tiene su nivel de especificidad. El exilio es una situación vital que por implicar un cambio en los referentes sociales conlleva perturbaciones en la identidad del sujeto, que pueden acompañarse o no de manifestaciones patológicas. El exilio forzoso significa el quiebre de una historia personal que se estaba formando y conformando en un contexto histórico-social. Al producirse una ruptura violenta de la continuidad vital del exiliado, aparecen trastornos en la conformación de su identidad. Esto se acompaña de una defensa en términos de idealización: el período de vida anterior al exilio se recuerda como más feliz, más gratificador y las fantasías acerca del pasado se van despegando de la realidad, el juicio de realidad se ve perturbado por el anhelo de conservar entero lo que se siente perdido. En tanto que más gratificador, el período de pre-exilio es un sitio fantaseado, difícil de abandonar, proceso que dificulta la inserción del exiliado en su nueva y presente situación. El futuro, en consecuencia, se vuelve espacio nebuloso, incierto, temido.

La pérdida del contexto social en el cual el sujeto forjó su vida y por ende sus afectos y sus compromisos, implica un quiebre de sus proyectos con y para los otros, orientación que se expresaba en su práctica política y solidaria dentro de un proyecto colectivo de transformación de la sociedad. Esto genera en el exiliado un sentimiento de brutal castigo que consiste en haberle arrancado sus objetos de amor, las cosas que daban sentido a su vida, lo que hacía que él se reconociera a sí mismo, un sentimiento de profundo duelo. No un duelo individual y aislado, sino un duelo grupal y compartido.

En resumen, el exilio condiciona la formación de una identidad, que se adapte a la nueva situación. Esta se organiza a medida que el exiliado va definiendo su situación en el país de acogida y se orienta según el tipo de elaboración que el sujeto pueda realizar de su pasado.

El vivir, reconocer y aceptar la nueva realidad en la que está inmerso, señala en el exiliado una apertura hacia la vida, una posibilidad de reconstrucción que facilita la elaboración de las pérdidas y le permite una reiniciación de sus vínculos con el mundo y los otros.

Nos preguntamos ahora qué procesos particulares, correlativos a su etapa vital, se dan en los adolescentes que se vieron obligados al desarraigo, a la pérdida, al exilio.

Decir adolescencia es decir una vida emocional profunda y sacudidora, un cuerpo cambiante y sorpresivo, una orientación dirigida a crecer, un abandono de los vínculos infantiles, una necesidad de amigos y de pareja, un intento invencible para autodefinirse en la respuesta a la pregunta quién soy.

La búsqueda de su identidad interna en el adolescente es un territorio conmocionante y contradictorio. Se debate entre ser niño y ser adulto, entre su familia y el afuera, pelea y se asombra con su cuerpo, se agita y se confunde con el pasado, el presente y el futuro. El tiempo le plantea al adolescente una encrucijada: el presente es una posibilidad y una amenaza de dejar de ser niño y proyectarse hacia un futuro desconocido y problemático.

La elaboración del duelo por este pasado, muchas veces idealizado, otras temido y dolorosamente rechazado sitúa al adolescente en un serio conflicto. El tiempo experiencial y concreto de la niñez adquiere ahora una perspectiva nueva: la conceptual. Surge en esta etapa una nueva forma de pensar que permite al adolescente transportarse hacia lo desconocido en el tiempo y en el espacio, apartarse de la experiencia concreta, imaginar, teorizar, volar con la mente. En este proceso de elaboración del duelo por la niñez, será necesario que discrimine y abandone el pasado, que se inscriba en el presente y se proyecte hacia el futuro. Su posibilidad de conceptuación temporal dependerá de este proceso.

El misterio de la vida, el crecimiento y la muerte se le presenta inevitablemente en la medida en que asume su posibilidad de ser adulto.

Al adolescente exiliado se le dificulta seriamente la renuncia al pasado. El pasado puede representar lo gratificador, cuando todo y todos aún estaban, cuando no había despojo, o puede haber sido un período marcado por la violencia social vivida: pérdida de familiares, cárcel, torturas como experiencias traumáticas directas, o la angustia, el temor, la incertidumbre. Acceder al presente, es también una ardua tarea: el país es desconocido, la gente extraña, las modalidades diferentes.

El medio familiar del adolescente exiliado siente cosas muy parecidas, está tan sacudido como él y es un continente frágil y empobrecido.

La proyección hacia el futuro pasa por la posibilidad de elaborar un proyecto: "qué voy a hacer". Es decir, la elección de un rol social de acuerdo con su personalidad y el contexto social y familiar. El adolescente se enfrenta con la necesidad de imaginarse en un futuro no lejano dentro de un proceso de trabajo. La elección de un problema crucial: deberá elegir quién ser, qué hacer, junto a quiénes estar. La posibilidad de que el adolescente pueda realizar una vocación propia depende del logro de su integración y de su posibilidad de evaluar realistamente las posibilidades que el medio social brinda a su elección.

Pero el poder elegir requiere integración, unidad. Y el adolescente exiliado se siente dividido, partido: entre dos geografías, entre dos lealtades, entre dos culturas, entre dos lenguajes, se ve compelido por sus circunstancias históricas a conductas que necesariamente él vive como traiciones o a sí mismo o a sus pares. Estos sentimientos de traición que pueden ser más o menos inconscientes dificultan el proceso de individuación debido a la culpa persecutoria. Esto lo coloca en una situación crítica frente a una tarea fundamental que debe realizar: separarse de sus padres. Es necesario que logre la renuncia a sus primeros objetos de amor, que opere una ruptura franca con las formas de vida de la niñez.

El adolescente buscará con intensidad objetos de amor que estén fuera de su familia. Su búsqueda de relaciones de objeto o el evitarlos ilumina el desarrollo psicológico que está ocurriendo durante esta etapa. La finalidad de esta ruptura interna con el pasado agita y centra la vida emocional del adolescente, al mismo tiempo que esta separación o rompimiento abre nuevos horizontes, nuevas esperanzas y nuevos miedos. Antes de que nuevos objetos amorosos puedan tomar el lugar de aquellos abandonados, existe un período durante el cual el yo se encuentra empobrecido por la separación con los padres. Estos cambios van acompañados de sentimientos de soledad, aislamiento y depresión que puedan tratar de evitarse mediante actuaciones psicopáticas. O también este tipo de actuaciones puede detenerse recurriendo a la fantasía, autoerotismo, alteraciones en el yo, como por ejemplo, una regresión de la líbido hacia el yo, es decir una vuelta al narcisismo. Esto va acompañado por un sentimiento de vacío, de duelo. Freud ha sostenido que el duelo es por lo general la reacción a la pérdida de un ser amado o de una abstracción equivalente: la patria, la libertad, el ideal, etc. La aflicción intensa, reacción a la pérdida de un ser amado, integra un doloroso estado de ánimo: la cesación del interés por el mundo exterior, la pérdida de la capacidad para elegir un nuevo objeto amoroso y el alejamiento de toda función no relacionada con la memoria del ser querido. Comprendemos que esta inhibición y restricción del yo es la expresión de su entrega total a la aflicción. El sujeto debe romper sus lazos libidinales con el objeto perdido pero sabemos que el hombre no abandona gustoso ninguna posición libidinal.

El adolescente está de luto porque todo crecimiento acarrea pérdida, el adolescente en el exilio suma estas pérdidas, todo el despojo real del que ha sido objeto. Ser adolescente es de por sí un exilio, una extranjeridad y él se siente doblemente extranjero. Los adolescentes están muy atentos a la apariencia física, a los modismos y a las formas grupales y es muy sensible a las diferencias dentro de su grupo de pares. Son exclusivistas y hasta crueles con los que son distintos: en color, en nacionalidad, en clase, etc. Cómo proceder, entonces, a integrarse al grupo de pares si no es borrando las diferencias, haciendo una hiperintegración, exaltando los valores, modalidades y estilos locales, denigrando los de origen, los de infancia, los de los padres. Blos llama a este mecanismo el uniformismo y considera que la mayor fuente de seguridad está en el código compartido de los que constituye una conducta adecuada y en la dependencia de un mutuo reconocimiento de igualdad. El adolescente que no encaja dentro del uniformismo particular que ha sido establecido por el grupo es generalmente considerado como una amenaza; y como tal es evitado, ridiculizado, desterrado.

El adolescente exiliado tiene pocas reservas para tolerar un nuevo destierro. Entonces intenta hacer una rápida adaptación al nuevo medio lo cual se convierte muchas veces en una pseudo adaptación, o si las dificultades son muchas tiende a aislarse. Esto lo coloca en una situación de pasividad, en un momento en que la polaridad pasivo-activo reaparece como problema crucial. Es muy difícil en esas condiciones separarse de sus padres. Vive una serie de conflictos entre separase y temor de perder su apoyo. Conflicto entre rechazo y necesidad de esos adultos imprescindibles y negados. Su padres como el modelo de referencia para bien o para mal del funcionamiento y constitución de una pareja, son el lugar al cual se remiten todas las elecciones de compañeros y amigos. La familia, los padres son los que dicen hablando o callando, pero dicen siendo, cómo se es hombre o mujer, pero también dicen cómo es el otro a quién buscar, con quién estar y dicen también cómo estar.

El exilio torna extremadamente difícil esta situación que ya de por sí es compleja y conflictiva. La identificación con la pareja de los padres, los modos en que éstos se relacionan entre sí, que el hijo ha internalizado durante años, es un modelo ajeno al contexto donde él tiene la posibilidad de constituir su propia pareja. La pareja parental internalizada deja de ser útil como punto de referencia, porque no se adecua a los objetos que la nueva realidad le ofrece. Carece entonces de pautas con las cuales calibrar sus éxitos y fracasos amorosos. La envidia y los celos infantiles que habitualmente son movidos en el adolescente frente a la pareja de los padres, se ven acallados por la situación de minusvalía en que el exilio coloca a los adultos. Es una cobardía golpear al caído. Por lo tanto ve dificultades en trabajar estos sentimientos que quedan más enterrados y frenados, e impiden su elaboración perturbando inconscientemente los vínculos amorosos que puedan establecer.

El adolescente será también aquel que debe asumir la responsabilidad de satisfacer las ambiciones incumplidas de los padres. Pero, ¿cuál es en el adolescente exiliado (a causa de la actividad política de sus padres), la imagen que se crea de estas ambiciones incumplidas? ¿Deberá él lograr el éxito y transformar el país, en el lugar donde sus padres no pudieron? ¿Fantaseará que tiene que tomar la antorcha y seguir como un mandato sin alternativas? Esta ambiciones incumplidas con mezcla de palabras oídas a lo largo de la vida, de sus propias percepciones, de la comunicación no verbal, de actitudes, de silencios.

Para el adolescente exiliado estas ambiciones incumplidas tienen un nombre fijo y en ellas se ocultan todas las otras determinaciones de los padres. El adolescente exiliado tiene una mayor dificultad en rebelarse y oponerse a esta responsabilidad, puesto que sus padres aparecen en una sola perspectiva. La figura del padre queda cristalizada en una zona del ideal del yo difícil de enfrentar.

El adolescente necesita vivir un período de desilusión y crítica respecto de sus padres y se enoja al descubrir que no son infalibles. En el exilio adquiere un extraño sentimiento de certeza e imposibilidad. La realidad le ha demostrado cuán falibles eran sus padres y cuánto se equivocaron. Pero esto genera en el adolescente un sentimiento terrorífico: acusando a sus padres se hace cómplice del enemigo. Este dilema difícil y doloroso, es frecuentemente evitado, retardando, adormeciendo o desplazando estas críticas. Esto afecta el proceso de crecimiento y desprendimiento que necesariamente debe hacer el ser humano para llegar a adulto.

Hemos intentado describir las dificultades, los dolorosos obstáculos con que el exilio siembra el camino del adolescente. Pero difícil no es lo mismo que imposible, luchar no es lo mismo que dejarse morir. Sí, el adolescente exiliado está lejos de su tierra y de su gente. Pero aparecen otras tierras, se descubren otras gentes, nuevas fuentes para beber, nuevos motivos para vivir. El exilio, en tanto que es obligado contacto con realidades extranjeras puede representar el descubrimiento de identidades que universalizan al hombre. Hay mucho por aprender y por amar en los países de adopción. México, con su hospitalidad abierta y generosa, es un ejemplo elocuente. Un país donde los adolescentes exiliados sufren un destierro lastimante, pero donde también han encontrado un espacio para pensar, para crear, para ser. Y ésta es nuestra conclusión. Los fabricantes del exilio, los poderosos, los privilegiados intentaron el triunfo de la muerte. Definitivamente, no lo han logrado.


Bibliografía :

- Aberasturi, A.; Knobel, M. 1984. La adolescencia normal, un enfoque psico-analítico. Ed. Paidós, 10° reimpresión, Buenos Aires.
- Bleger, J. La identidad del adolescente. Ed. Paidós, Buenos Aires.
- Blos, P. 1971. Psicoanálisis de la adolescencia. Ed. Joaquín Mortiz, México.
- C.O.L.A.T. 1981. Así buscamos rehacernos: Represión, Exilio, Tabajo Psico-social. Ed. CELADEC, Lima.
- Erikson, E. El problema de la identidad del yo. Identidad y adolescencia. Montevideo, Revista Uruguaya de Psicoanálisis, V 2-3, 1963.
- Freud, S. 1948. Una teoría sexual. Obras completas. Biblioteca Nueva, Madrid.

* En: Domínguez, Rosario y otras. 1986. Exilio 1986-1978. Amerinda Ediciones. Edición preparada por FASIC, Santiago, Chile.

 

 

 

 

 

 

 

 

Exilio Chileno

 

Exilio Chileno

 

    Créditos, contacto   www.abacq.net